miércoles, 25 de junio de 2008

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Guerra de la Independencia
1812. Mesa de Romero, jurisdicción de Mérida, el 27 de abril, entre el
capitán patriota Pino y un piquete realista, que fue derrotado, ocupando
Pino a Bailadores.
1812. Murmuquena, hoy Zea, el 19 de mayo, entre el comandante y
gobernador de Mérida don Francisco Ugarte, realista, y el comandante
patriota Francisco Yepes, que fue derrotado.
1813. Mucuchachí en el sitio de “El Ataque”, el 30 de enero, entre tro-
pas realistas enviadas de Bailadores por el jefe Contreras para invadir a
Mérida, y gente rápidamente organizada por el Pbro. José Luis Ovalle, cura
del Morro, quien obtuvo el triunfo con sus feligreses y los de Acequias.
1813. Lagunillas, el 5 de diciembre, entre tropas realistas del mismo
capitán Contreras y las patriotas que comandaba el coronel Juan Antonio
Paredes, quien obtuvo el triunfo.
1814. Estanques, del 16 al 18 de febrero, entre tropas al mando de los
jefes realistas Matute y José María Sánchez y fuerzas patriotas comandadas
por el coronel Juan A. Paredes, a quien acompañaban Páez y Rangel. Triun-
faron los patriotas. En la persecución y en el sitio de “El Portachuelo”, tuvo
lugar el célebre combate singular entre Páez y Sánchez, quedando éste
muerto en el campo.
1814. Mucuchíes, el 17 de septiembre, entre el ejército del general
Calzada y tropas del general Urdaneta al mando del coronel Andrés Linares.
El triunfo fue de los realistas.
1820. Puente Real, en el sitio de “Las Laderas de Chama” el 29 de sep-
tiembre, entre tropas despachadas el día antes por Bolívar, al mando del
coronel Rangel, y las avanzadas realistas del coronel Juan Tello. Triunfaron
los patriotas.
1820. Chachopo, el 3 de octubre, entre un piquete de caballería,
comandado por el coronel Rangel, y las fuerzas que formaban la retaguardia
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de la tercera división del ejército español, al mando del coronel Tello. El
triunfo fue de los patriotas.
1823. Cerro de Marino, en la antigua parroquia de Bailadores, hoy
Tovar, el 25 de enero, entre tropas comandadas por los coroneles Paredes y
Castelli y la retaguardia del ejército del general español Morales. Triunfaron
los patriotas.
Guerras civiles
1848. Mucuchíes, en febrero, combate entre tropas al mando del capi-
tán Antonio Trejo, sostenedor del gobierno de Monagas, y fuerzas revolucio-
narias a favor de Páez, mandadas por Pedro C. Guerra. Triunfaron los mona-
guistas.
1848. 29 de marzo, en la Vega de Timotes entre tropas monaguistas al
mando del capitán Casimiro Araujo y tropas paecistas al mando de Hipólito
Cuevas. Triunfó este último.
1848. 29 de marzo, entre tropas del mismo Hipólito Cuevas, en La
Venta y tropas monaguistas al mando del teniente Francisco Madero, de
quien fue el triunfo, huyendo Cuevas hacia Mucuchíes.
1855. Mérida, en la ciudad, el 10 de febrero, entre el pueblo armado,
a las órdenes del gobernador de la Provincia doctor Eloy Paredes, y fuerzas
al mando del comandante Natividad Petit, jefe invasor, procedente del
Táchira, no obstante haber recibido éste orden del gobierno para disolver
dichas fuerzas. Triunfó el doctor Paredes.
1859. La Bellaca, en el límite con Barinas, en junio, entre el jefe fede-
ralista Natividad Petit, y fuerzas del gobierno al mando del comandante Ful-
gencio Ferrer. Triunfó Petit.
1859. Mucuchíes, el 26 de junio, entre tropas del gobierno de Mérida,
al mando de Martín Bravo, y las federalistas de que era jefe expedicionario
el comandante Natividad Petit. Triunfó el gobierno, quedando muerto Petit.
1860. Las Piedras, el 15 de julio, entre tropas federalistas al mando de
Eulogio Aranguren, y el comandante Francisco Baptista, jefe centralista,
quien fue sorprendido y quedó muerto en la acción.
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1860. Tovar, en el sitio de “El Volcán” el 3 de agosto, entre tropas del
gobierno, mandadas por el coronel Villasmil, y fuerzas federalistas al mando del
mismo Aranguren, Pulido, Aristeguieta y otros jefes, quienes fueron derrotados.
1860. Mérida, en las calles, el 23 de agosto, entre fuerzas federalistas
de las derrotadas en Tovar, y unas guerrillas centralistas avanzadas de orden
del general en jefe Andrade. Los federalistas rechazaron el ataque y desocu-
paron la ciudad.
1860. Mocomboco, el 27 de agosto, entre los mismos federalistas y
tropas despachadas en su alcance por el jefe de operaciones general Andra-
de, al mando del comandante Juan Baptista. Triunfó el gobierno.
1860. Aricagua, en sus inmediaciones, el 4 de septiembre, entre una
partida de federalistas, procedente de Barinas, y el comandante Juan José
Canales, jefe del gobierno, quien salió vencedor.
1861. Guaraque, a mediados de agosto, entre el comandante Prada,
jefe federalista, y fuerzas organizadas en Tovar y Bailadores que obtuvieron
el triunfo.
1863. Mérida, en la ciudad, el 19 de abril, entre las tropas del gobier-
no provisorio de Mérida, y fuerzas revolucionarias, que comandaba el doctor
Eloy Paredes, las cuales obtuvieron el triunfo.
1866. Tabay, el 7 de octubre, entre tropas despachadas por el gobier-
no revolucionario, que a la sazón había en Mérida, al mando de Benigno Cano,
y fuerzas expedicionarias del general Ignacio Antonio Ortiz, quien arrolló a
Cano y avanzó sobre la plaza de Mérida, que cayó también en su poder.
1866. Mérida, en la ciudad, el 25 de diciembre, entre tropas del pre-
sidente Domingo Trejo y fuerzas revolucionarias al mando de Juan Baptista
y Altagracia Uzcátegui, quienes derrocaron el gobierno de Trejo.
1870. Mucuchíes, en la “Mesa del Pueblo”, en el mes de noviembre,
entre tropas mandadas por el general Victoriano Mesa, jefe de operaciones
del Estado por la revolución guzmancista, y fuerzas contrarias del mismo
Mucuchíes y otros pueblos, que fueron derrotados.
1871. Ejido, en “El Moral”, el 3 de octubre, entre el ejército del gene-
ral Zavarse, procedente del Táchira, y tropas revolucionarias al mando de
Rafael Salas Roo, que había ocupado “El Moral”, después de combatir con el
general Pedro Trejo Tapias. El triunfo definitivo fue del ejército de Zavarse.
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1876. Mérida, en el Llano Grande, el 12 de julio, entre fuerzas revolu-
cionarias al mando de Pedro Pascual Gil, y las que comandaba el Vicepresi-
dente Rafael Zerpa. Triunfó la revolución.
1881. Mérida, en las calles, el 28 de agosto, sangriento motín por el
encuentro de dos bandos políticos numerosos, que trabaron combate con
piedras, palos y algunas armas de cinto. Resultó muerto el licenciado Juan
Antonio Ovalle y varios heridos.
1884. Ejido, en diciembre, entre tropas del gobierno seccional que
presidía el general José R. Gabaldón, y fuerzas revolucionarias al mando de
Caracciolo Parra Picón. Triunfó el gobierno.
1884. Mérida, el 29 de diciembre, entre fuerzas revolucionarias al
mando de Pío García y José Eliseo Araujo, y tropas del gobierno seccional de
Mérida. Triunfaron los revolucionarios, quedando muerto el jefe Pío García.
1884. Estanques, el 30 de diciembre, entre tropas del gobierno, al
mando de Felipe Codina, y revolucionarias a las órdenes del coronel Víctor
Gutiérrez, de las cuales fue el triunfo.
1886. Mesa Bolívar, antiguo “La Tala”, en junio, entre tropas del go-
bierno, a las órdenes de Celestino Ortiz, y revolucionarias al mando de Jorge
T. Colina. Perdió el gobierno.
1892. Mérida, el 8 de marzo, tiroteo entre tropas revolucionarias co-
mandadas por el general Esteban Chalbaud Cardona y la guarnición de la
plaza, siendo presidente el doctor Victorino Márquez Bustillos, conflicto que
acabó por un convenio, pues ambos contendores proclamaban el Legalismo,
y se unieron bajo esta bandera.
1892. Bailadores, en la cuesta de “Barrotes”, en los días 20 y 21 de mar-
zo, entre fuerzas continuistas comandadas por Rafael Rojas Fernández y otros
jefes, y las legalistas al mando de los generales José Eliseo Araujo, Pedro
Araujo Sánchez y Esteban Chalbaud Cardona, de quienes fue el triunfo.
1892. Mérida. Sitio de la ciudad, de abril a mayo, por el ejército nacio-
nal expedicionario comandado por el general Diego B. Ferrer, contra las
fuerzas del presidente doctor Márquez Bustillos, sitio que acabó el 30 de
mayo, ocupando la ciudad el ejército sitiador, a virtud de tratados promovi-
dos por el Delegado nacional general J. M. García Gómez.
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1892. Mérida, en el sitio de “Lourdes”, el 11 y 12 de septiembre, tiro-
teo entre fuerzas legalistas organizadas por el general Esteban Chalbaud
Cardona, y tropas continuistas que había en Mérida.
1892. Ejido, el 13 de septiembre, toma de la plaza por el general Chal-
baud Cardona, después de breve combate contra la guarnición que la defendía.
1892. Ejido, en el sitio de “Las Cruces”, el mismo día 13 de septiem-
bre, combate de las mismas fuerzas legalistas del general Cardona contra las
continuistas que salieron de Mérida. El triunfo fue de Chalbaud Cardona.
1892. Palmira, el 23 de septiembre, entre fuerzas organizadas por
Miguel Carrillo y Francisco Pisani, y las que capitaneaban Braulio, Pedro y
Domingo Araujo. Triunfaron las primeras.
1892. Las Piedras, el 25 de septiembre, entre fuerzas legalistas al
mando de Primitivo Balza, a las órdenes del general Chalbaud Cardona, y las
que comandaba el jefe continuista Eugenio Briceño. Triunfó Balza.
1892. Timotes, el 1
o
de octubre, combate entre las mismas fuerzas del
general Chalbaud Cardona, en combinación con las de los generales M. Sal-
vador Araujo y Blas Briceño, contra las tropas continuistas que defendían la
plaza. Triunfaron los legalistas.
1898. Ejido, el 6 de junio, asalto y toma de la ciudad por fuerzas revo-
lucionarias al mando del general Pedro Araujo Sánchez, de que resultó
muerto por parte del gobierno Marco Tulio Cano.
1898. Jají, en el sitio de “Las Cruces”, el 7 de junio, entre las mismas
fuerzas del general Pedro Araujo Sánchez y tropas del gobierno, que fueron
allí rechazadas por los revolucionarios.
1898. El Morro, el 16 de septiembre, entre tropas del gobierno del
general Espíritu Santo Morales, al mando de Francisco Dugarte P. y Luis de
Pasquale y fuerzas revolucionarias comandadas por el general Esteban Chal-
baud Cardona. Triunfó el gobierno.
1899. Tovar, en “El Tabacal”, el 5 de junio, entre el ejército del gene-
ral Espíritu Santo Morales y fuerzas revolucionarias al mando del general
José María Méndez. Triunfó Morales.
1899. Ejido, en “Las Cruces”, el 28 de junio, entre fuerzas del gobier-
no, de que era jefe Pedro Jugo, y las revolucionarias al mando de Benjamín
Paredes. Venció Jugo, quedando muerto en la acción.
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1899. Tovar, el 6 de agosto, entre el ejército del general Cipriano Cas-
tro y fuerzas del gobierno al mando de los generales Rafael González Pache-
co, Emilio Rivas y Primitivo Balza. El triunfo fue del general Castro, quedan-
do muerto el general José María Méndez.
1899. Puente Real (Estanques) el 5 de octubre, entre tropas del go-
bierno al mando del general Emilio Rivas, y fuerzas revolucionarias que fue-
ron allí derrotadas.
1899. Mucurubá, el 24 de octubre, entre una facción revolucionaria al
mando de José Vicente Godoy y doctor Leónidas Urdaneta, y fuerzas del
gobierno de que eran jefes Mercedes Hernández y Trino Torres, que murió
en el tiroteo. Los revolucionarios dominaron el campo y luego se retiraron.
1899. Mérida, en la ciudad, el 30 de octubre, entre fuerzas revolucio-
narias, de que era jefe Francisco Croché, y la tropa del gobierno que defen-
día la plaza, al mando del general Emilio Rivas, de quien fue el triunfo.
Para la formación de la precedente lista de combates librados en
territorio del Estado Mérida, hemos ocurrido a las siguientes fuentes de
información: primeramente, a los partes oficiales que hemos podido obtener,
y a falta de ellos, a las noticias publicadas en periódicos, cuadernos y hojas
sueltas. Hemos consultado, además, los apuntes históricos escritos por don
José Ignacio Lares hasta 1876, y el cuadro de combates correspondiente a
Mérida formado por Landaeta Rosales en su gran Recopilación Estadísti-
ca, publicada en 1889. También nos han servido nuestros propios recuerdos,
a partir de la penúltima década inclusive del siglo pasado, confirmándolos
con el testimonio de personas fidedignas.
Los datos sobre los dos combates de 1812, cuando la reacción de los
realistas, son tomados del cuadro sinóptico que publica el doctor Vicente
Dávila en el 2
o
tomo de su Diccionario Biográfico de ilustres Próceres.
Los yerros y omisiones que puedan advertirse, del todo involuntarios,
son hasta cierto punto lógicos en trabajos de esta naturaleza, que han
menester sucesivas revisiones. Prueba de ello, el hecho de que hemos teni-
do que ampliar algunos datos y rectificar otros de los publicados por los dis-
tinguidos autores arriba citados. La historia es una serie de rectificaciones.
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Aunque en los Apuntes Históricos con que se inicia esta obrita y en
el artículo Bolívar en Mérida se mencionan algunas, justo es consignar
también los nombres de otras mujeres meritorias de que tenemos noticia; y
al efecto, formamos la lista de todas ellas.

Anastasia, la criada del Convento: A pesar de haberlo averiguado,
no llegamos a saber su apellido. Con el disparo de un trabuco y el toque de
una caja de guerra en altas horas de la noche, esta varonil mujer puso en
confusión las tropas de Correa, que se hallaban en la plaza de Mérida, cuan-
do ya se decía que las fuerzas de Bolívar avanzaban sobre la ciudad. Tal atre-
vimiento dio por resultado precipitar el abandono de la plaza por los realis-
tas, y la ocupación de ella por los patriotas el 18 de abril de 1813. Dícese que
un hijo de Anastasia, al servicio de la Patria, fue fusilado en Bogotá el año de
1816. Con datos obtenidos de don Juan Antonio Rodríguez y del Convento
de Clarisas, escribimos en 1895 la tradición Un trabucazo a tiempo, que ha
hecho popular a esta heroína.

María Rosario Nava: Era una honrada aplanchadora que vivía en el
barrio del Espejo, la cual, queriendo que su hijo no se privase de la gloria de
servir a la Patria, al saber que había sido tachado por inválido en el alista-
miento de 1813, vuela a la plaza, hace ver que la invalidez es transitoria y
ofrécese para llevar ella el fusil mientras sana aquel de la lujación en un bra-
zo, que era el impedimento. Y efectivamente, esta madre de temple esparta-
no, atravesando el páramo con el Ejército Libertador, llegó hasta Timotes,
donde ya hábil el hijo, le entrega el arma, lo abraza y bendice, conteniendo
las lágrimas, y luego torna a la ciudad, satisfecha de haber salvado a su hijo
del rubor del reproche, cuando se presentó como voluntario a alistarse bajo
las banderas de Bolívar.

Simona Corredor de Pico: En 1891, registrando papeles del archivo
del Registro Público de Mérida, nos hallamos la escritura en que esta gene-
rosa merideña, donaba a la Patria una casa urbana, con fecha 22 de junio de
1813, ante el escribano don Rafael Almarza y los testigos don Juan José Ran-
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gel y don Antonio Ignacio Aponte. Con esta noticia documental y otros datos
que nos dieron entonces personas ancianas, formulamos la tradición histó-
rica titulada La Casa de la Patria, a la cual remitimos al lector.

Isabel Briceño de Fornez: esposa de don Jaime Fornez, depositario
de los tubos del gran órgano de la Catedral después del terremoto de 1812,
tubos que eran de plomo y habían sido llevados a Ejido. En secreta inteligen-
cia doña Isabel con el canónigo Uzcátegui, burla la orden del deán Irastorza
para enviar a Correa aquel material de guerra, sustituyendo en los fardos los
tubos con cañas de azúcar. Los tubos sirvieron después para balas de los
fusiles patriotas. Véase la tradición que escribimos sobre el particular titula-
da Los Tubos del Órgano.

La hermana del Canónigo Uzcátegui: Cuatro hermanas consanguí-
neas tuvo el célebre eclesiástico, a saber: María, clarisa profesa; María Inés,
cuyo estado no conocemos; Manuel, esposa de don José Manuel Otálora,
abuelos paternos del general Justo Briceño; y Juana Paula, casada con don
Ignacio Quintero. Tuvo también una hermana política o sea María Rosario
Dávila, esposa de don Juan Nepomuceno Uzcátegui, hermano carnal del
Canónigo. Una de estas distinguidas señoras, no sabemos cuál, fue la que
costeó de su peculio un cañón para la Patria, que llevaba escrito el nombre
de la donante, rasgo patriótico que le atrajo persecuciones, al grado de tener
que ocultarse en los montes, según dice la tradición. El general Páez se
refiere en su Autobiografía a este cañón, el cual existió en Estanques hasta
la guerra de la Federación, en que desapareció, ocultado o embarrancado
por uno de los bandos contendores, según nos lo informaron a fines del siglo
pasado. Si algún día apareciere, el propio cañón se encargará de revelar el
nombre de la patriota merideña.

Rosalía Pacheco de Rangel. La esposa del épico adalid coronel Ran-
gel. Esta matrona tuvo la inmensa satisfacción de recibir y alojar en su casa
al Libertador el año de 1820. Fue desde los comienzos de la guerra magna
un paño de lágrimas no sólo para los patriotas sino también para los realis-
tas, pues refiérese de ella que era tanta la generosidad e hidalguía de su
corazón, como mujer hospitalaria, que nunca averiguaba si el que llegaba a
su casa era amigo o enemigo de causa, sino después de haberlo amparado o
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socorrido en sus necesidades. Ejemplo digno de toda alabanza.

Las heroínas de Mucuchíes: Anónimas, por desdicha, porque la his-
toria no recogió a tiempo los nombres de estas valerosas mujeres que, imi-
tando a las zaragozanas de 1808, tomaron parte activa en el aciago combate
de 1814, cuando las escasas tropas patriotas, que comandaba Linares, sub-
alterno de Urdaneta, se vieron cercadas en aquella encumbrada villa por to-
do el ejército de Calzada.
Y cuántas mujeres más, del todo olvidadas, que en la extensión del
Estado consagraron a la Patria personales esfuerzos e intereses durante el
glorioso período de la Independencia. Justo es dedicar siquiera un recuerdo
a estas víctimas inocentes del olvido.
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La posición geográfica de Mérida es de las más bellas y ventajosas. El
ramal de Los Andes que se desprende desde Colombia con dirección al N. E.
viene a dividirse luego en varias ramificaciones. En Mérida las serranías se
han abierto, digámoslo así, formando dos hileras casi paralelas, en medio de
las cuales se levanta una mesa de tres leguas de largo y casi media de ancho,
unida sólo por el Norte a una serranía, de la cual viene a ser como un pro-
longado declive, mesa cortada por barrancos muy altos y casi perpendicula-
res en algunos sitios.
Por el lado S. E. se levanta la mole gigantesca de la Sierra Nevada con
sus cinco diademas de perpetua nieve, entre las que descuella el picacho
conocido con el nombre de “El Toro”, porque en otro tiempo la nieve forma-
ba allí, sobre el fondo oscuro de la roca, una figura semejante a la testera de
dicho animal. Este picacho es el punto más elevado de Venezuela: levántase
sobre el nivel del mar a 4.580 metros, según Codazzi
1
.
La Sierra Nevada es el orgullo de Mérida. En los días de tormenta, su
altitud es imponente: parece que Júpiter, de pie sobre la elevada cima, rom-
pe el dique de los vientos y lanza sobre la ciudad rayos y truenos espanto-
sos; pero cuando las aguas cesan y se disipan las nubes, la Sierra aparece en-
tonces erguida sobre la montaña, mostrando sus masas enormes de nieve,
ora centellantes como bruñida plata, ora encendidas como el oro en ciertas
1
Siendo esta la mayor altura de Venezuela, por vía de ilustración anotamos las observaciones
principales hechas con posterioridad, a saber: Codazzi da al picacho más elevado de la Sie-
rra Nevada de Mérida, 4.580 metros; los ingenieros doctor Jesús Muñoz Tébar y Jacinto Gar-
cía Pérez, 4.950 al “Pico del Toro” (1877). El doctor J. P. Francisco Lizardo nos suministró
las medidas más recientes que en seguida se expresan, relativas a “El Toro”: Sievers, 4.700;
la Comisión del Mapa de Venezuela, 4.690; el doctor Jahn, 4.758; A. Fenley, Map. of South
Amer., 4.633. Debe anotarse que, según la mencionada Comisión y el doctor Jahn, el punto
más elevado no es “El Toro” sino “La Columna”, a la cual dan respectivamente una altura de
5.005 y 5.002 metros.
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tardes, cuando reciben del ocaso los rayos del sol que el vulgo llama “de los
venados.”
En las fuertes heladas conocidas con el nombre de nevazones, reina
en la ciudad un frío de páramo muy intenso durante algunas horas, y tan
luego como se despeja el cielo, a la mañana siguiente, la Sierra presente un
espectáculo extraordinario: las rocas y peñascos antes desnudos, las áridas
pendientes próximas a la cima, las profundidades hondonadas, todo apare-
ce cubierto de nieve; pero luego a luego los rayos del sol hacen desaparecer
este exceso de nieve, hasta volver la Sierra a su estado ordinario.
Por el otro lado de la ciudad de Mérida, por el N. O., se levanta la loma
de Las Flores, cubierta de plantajes y labranzas, la que forma parte de una
cadena de cerros más bajos, detrás de los cuales asoman las crestas desnu-
das del Páramo de los Conejos, que suelen vestirse de nieve en las grandes
heladas.
Cuatro ríos corren al pie de Mérida: el Chama, que nace en el alto del
páramo de Mucuchíes, y viene en rápido descenso, engrosando sus aguas,
hasta llegar con estrépito y blanco de espumas a recibir el tributo de los de-
más ríos en los contornos de la ciudad. Recibe primero al Mucujún, que
corre por N. E., separado del mismo Chama por el cerro del Escorial; y luego
al Albarregas, que, ya unido al Milla, se le junta en el extremo de la mesa, el
comienzo de los fértiles valles de Ejido.
Este río de Albarregas es famoso por la excelencia de su agua. Laver-
de Amaya, ilustrado escritor colombiano, en sus memorias sobre Un Viaje
a Venezuela, dice del agua de Mérida: “¡Qué agua del Chorro de Padilla, ni
del Carmen, ni de ninguna parte! ¡Aquella no se puede comparar sino a la del
Paraíso! Se puede ir a Mérida aun cuando sea solamente por el placer de
tomar agua y de bañarse en las claras linfas del Albarregas, que corriendo
presuroso, convierte en brillante espuma el caudal de sus aguas cuando
estas chocan contra las enormes piedras del cauce”.
El Milla es pequeño, riega en su curso muchas tierras de cultivo, casi
al Norte de la ciudad, y es el que surte a ésta de agua para su servicio. Es el
río de los baños y pudiera llamarse también el de las leyendas, porque la fan-
tasía popular lo ha hecho objeto de varias hechicerías y encantamientos.
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Basta recorrer los barrancos de Albarregas y Milla, para convencerse
de que en su origen la mesa de Mérida debió de extenderse hasta la propia
falda de los cerros adyacentes, comprendiendo todos los sitios planos de la
Otra Banda, Santa Ana, la Isla, el Vallecito, y la mesetica del Escorial que se
ve desde la “Columna Bolívar”, los cuales están todos al mismo nivel de dicha
mesa. Obra de los ríos ha sido ese desgaste de la tierra hasta cavar tan hon-
dos barrancos, convirtiendo en una mesa aislada lo que no era sino una sola
llanura, limitada a uno y otro lado por los primeros estribos de las serranías.
Y esto se ve confirmado por la profundidad comparativa de los men-
cionados barrancos, puesto que los ríos más impetuosos, el Chama y el
Mucujún, son los que han ahondado y ensanchado más sus respectivos
lechos, debido a su mayor actividad y fuerza en ese trabajo lento y perenne
de las aguas sobre la superficie de la tierra, que produce al través de las eda-
des las quiebras de los montes, los valles y hondonadas, y que puede llegar
hasta convertir pintorescas llanuras en grupos de áridos peñascos y escar-
padas rocas.
Dos vientos reinan principalmente en la ciudad: el del Norte que
domina hasta el medio día, y el opuesto del Sur, que se manifiesta desde esta
hora hasta muy avanzada la noche.
El clima de Mérida es sano, a pesar de los cambios muy sensibles de
temperatura de una hora a otra, sobre lo que llamó la atención Codazzi,
quien dijo, con verdad, que es frecuente experimentar en un mismo día las
diversas temperaturas de las cuatro estaciones de Europa. Y este mismo jui-
cio se halla en El Orinoco Ilustrado del Padre Gumilla, obra escrita a
mediados del siglo pasado, en la cual se lee el pasaje siguiente: “Ahora vere-
mos las mismas cuatro estaciones del año en solo uno de los días del año y
en sólo un lugar, y doy por testigos a cuantos viven en la ciudad de Mérida
jurisdicción del nuevo Reino, y a cuantos han estado en ella, aunque haya
sido solo un día. Esta dicha ciudad, situada en seis grados y cuarenta minu-
tos, y en trescientos seis grados y medio de longitud, y en ella hay cada día
natural trece horas de frío, cinco horas templadas de primavera y de otoño,
y seis horas de calor. De este modo: desde las seis de la tarde hasta las siete
de la mañana siguiente corren trece horas de frío, originado de cuatro dila-
tadas cumbres de nieve que tiene la ciudad a la vista hacia su parte oriental;
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desde las siete de la mañana hasta las diez dadas, y desde las cuatro de la
tarde hasta las seis, que es al ponerse el sol todo el año, son cinco horas de
templada primavera; porque el sol no domina sobre el frío hasta dadas las
diez de la mañana, y a las cuatro de la tarde la caída del sol y el fresco de la
nevada forman un temple benigno, hasta que vuelve la noche fría; dura el
calor seis horas, que son desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la
tarde, sobrepujando fuertemente los rayos del sol en dichas seis horas, y
amortiguando totalmente el ambiente fresco de las nevadas.”
Llueve mucho en Mérida, pero es cosa cierta que, en cesando las llu-
vias y durante los días de verano, se altera en lo general su buen estado sani-
tario. Los lentos pero efectivos deshielos de la Sierra Nevada, la invasión de
los zancudos, ocurrida en 1891, y la aclimatación de plantas y animales de
tierras cálidas, están probando que en la temperatura de Mérida viene efec-
tuándose un cambiamento notable, del que no puede darse cuenta la actual
generación, pero sí la que declina, la cual nos pondera los rigores y tenacidad
de las lluvias en otros tiempos, cuando el exceso de la humedad llegaba a
cubrir de musgo los enlozados de las calles y zócalos exteriores de las casas.
La fundación primitiva de Mérida fue hecha por Juan Rodríguez Suá-
rez en 1558, a orillas del río de las Acequias
2
, a nueve leguas de distancia
del lugar que hoy ocupa. Mudada de allí por Juan Maldonado, para la mesa
que ya hemos descrito, comenzó por una ranchería establecida en el sitio
que hoy se conoce con el nombre de Las Tapias, y de este paraje fue así
mismo mudada, para el lugar donde ahora se levanta, en la parte superior de
la mesa, siendo esta por entonces una sola y hermosa sabana, de lo cual aún
da testimonio el Llano Grande, en las afueras de la ciudad. Las arboledas y
monte alto que cubren la mesa hasta su remate en La Punta, son de plantío
reciente con relación a la época de la conquista.
La ciudad tiene ocho calles longitudinales que corren de N. E. a S. O.,
en la misma dirección general de la mesa, y veintitrés transversales; y ofre-
2
Así lo dice el historiador Piedrahita, que fue la obra que tuvo el autor a la vista para enton-
ces. Puede verse en la Reseña Histórica que está al principio lo relativo a la fundación de
Mérida.
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ce en conjunto, vista desde el vecino cerro de las Flores, o loma de los Ánge-
les, la figura de un cuchillo. Las calles son rectas casi todas, de diez varas de
ancho y empedradas en su mayor parte las longitudinales y algunas trans-
versales.
Toda la ciudad está edificada de tapia y teja, predominando en la cons-
trucción de las casas más espaciosas la forma interior de claustro, con patio
hermoso, plantado de bellos arbustos y preciosísimas flores. Los pavimentos
son todos de ladrillo, pero ya el lujo y la comodidad van suavizando la dure-
za de este suelo, sobre todo en los salones, con empetatado o alfombrilla,
para lo cual se ha usado también con buen éxito, por su mayor duración, un
tejido indígena de fique, especialidad del vecino pueblo del Morro, que no
por ser artefacto criollo cede en apariencia a la mejor esterilla extranjera.
En la plaza mayor, que lleva el nombre de Bolívar, está la Catedral con
alta y vistosa torre de mampostería, tres naves espaciosas y varias capillas
laterales. La más grande de estas es la de San Pedro, tiene puerta hacia la
plaza y es la iglesia parroquial del Sagrario. Contiguo a la Catedral, pero
dando frente a la calle traviesa de La Igualdad, existe, ya para concluirse, el
Palacio de la Curia Eclesiástica; y a continuación de este edificio, por la calle
de la Unión, se descubren en calidad de ruinas, parte de los cimientos de la
antigua fábrica de una Catedral que inició el Obispo Milanos, en 1803, obra
de romanos por sus proporciones y solidez, abandonada por costosa e irrea-
lizable, pues solamente las cepas de tan vasto edificio, que fue cuanto se hizo
antes del terremoto de 1812, importaron más de medio millón de reales de
plata, según lo tenemos averiguado, con vista de manuscritos de aquellos
tiempos.
El Palacio Municipal ocupa en la plaza Bolívar el mismo sitio de la
antigua Casa Consistorial de los tiempos de la Colonia: se halla contiguo al
edificio de la Cárcel Pública, que sirve de cuartel al propio tiempo, y tiene
una galería exterior de corredores. Ambos edificios son de alto y de buena
apariencia. También existe, sobre las ruinas del templo de San Felipe, dis-
tantes una cuadra de la plaza, la fábrica de una cárcel-cuartel, bajo un plan
de mejores condiciones, paralizada al presente.
En la esquina occidental de la plaza Bolívar, está situado el local de la
Universidad de Los Andes, con portada hoy hacia la calle de la Independen-
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84
cia. Tiene el Instituto una Biblioteca, un Gabinete de Historia Natural, que
le sirve también de Museo y un Jardín Botánico en preparación. Detrás de la
Universidad se descubren las ruinas de la antigua capilla del Seminario, per-
tenecientes al edificio.
En el centro de la plaza Bolívar, existe una pila de piedra labrada, sin
otro mérito que el de la antigüedad, pues fue construida con restos de la que
se levantó en el mismo punto el año de 1804.
Entre otros edificios públicos debemos mencionar el Mercado, toda-
vía en fábrica, pero en servicio, construido sobre parte del área que ocupó
el extinguido Convento de Monjas Clarisas; el templo del Carmen, en muy
buen estado, con vistosa fachada y una plazoleta en que se levantará por la
colonia italiana un monumento de mármol a Cristóbal Colón, con motivo del
IV centenario del descubrimiento de América; el Hospital de Caridad, muy
mejorado al presente bajo la dirección de las Hermanas de la Caridad que lo
asisten desde comienzos de 1892, y cuya Capilla se reedifica actualmente
con mejores condiciones de capacidad y belleza arquitectónica; la iglesia del
Espejo, que da frente a la plazuela del mismo nombre y sirve de Capilla al
Cementerio de San Rafael y al del Municipio, ambos situados casi sobre la
barranca del Chama.
Está dividida la ciudad en cuatro parroquias urbanas: la del Sagrario,
adyacente a la Catedral, de cuyo templo ya se hizo mención; la de Milla, eri-
gida en 1805, con Iglesia de regulares dimensiones y plaza muy extensa,
donde se ha levantado un sencillo monumento a la gloria de Rivas Dávila, el
valeroso merideño compañero de Bolívar en 1813. En términos de Milla está
el templo de San Francisco, asiento de la Orden Tercera, construido donde
antes de 1812 estuvo el de San Agustín. Tiene esta parroquia campos muy
dilatados y en sus términos existe el camino de La Culata, que habrá de
serlo también para el Lago de Maracaibo, por las ventajosas condiciones
que ofrece.
La parroquia de Arias o Belén, desmembración de la de Milla, ocupa
la parte oriental de la ciudad: tiene un cementerio contiguo a la Iglesia y
plaza de regulares dimensiones. En sus términos está el Hospital de Lázaros
sobre la barranca del Chama.
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Por este extremo de la ciudad, que es la entrada para los que proce-
den de Trujillo y de Barinas, se halla la “Columna Bolívar” que es sin duda, el
primer monumento levantado al Libertador en Sur-América. Fue erigido en
1842, cuando se recibieron en Venezuela sus venerandas cenizas y lo decre-
tó un prócer benemérito, un mutilado en Los Horcones, D. Gabriel Picón,
que fue por aquel tiempo Gobernador de la provincia de Mérida. Desde este
monumento, que ha sido ya reparado en distintas ocasiones, se goza de una
vista admirable. Abajo, en el fondo de los barrancos, que allí son abiertos y
altísimos, se juntan Mucujún y Chama, ambos cristalinos e impetuosos, des-
pués de haber regado con sus aguas márgenes de risueña vegetación. Más a
lo lejos se descubre la pintoresca Capilla de Lourdes, dominando desde la
falda de la montaña las cultivadas vegas y numeroso caserío del Arenal.
No son menos de admirar los paisajes que se descubren desde los
barrancos del Milla, por la calle de los Baños. Las llanuras cubiertas de pas-
tos de Liria y Santa Ana, apacibles y risueñas, forman contraste con el
aspecto sombrío del rincón de La Hechicera, que se divisa más lejos, cuyo
cielo, casi siempre envuelto en nubes plomizas, parece la mansión favorita
de las tempestades. Y descendiendo por los barrancos de Albarregas hasta
el Llano, la vista descubre a cada paso vegas hermosas plantadas de café y
otros frutos, casitas pintorescas y bellas labranzas.
La parroquia del Llano, erigida en 1805, como la de Milla por el Obis-
po Milanés, comprende casi la mitad de la ciudad en su parte inferior. Posee,
a más de su iglesia parroquial que da frente a una plazuela, un templo dedi-
cado a San José y a Santa Teresa de Jesús, que sirve también de Capilla al
Cementerio, situado del otro lado del Albarregas, fuera ya de la ciudad pero
a la vista.
A la salida de la ciudad por esta parte, se extiende el Llano Grande,
uno de los sitios más bellos de Mérida, hermosa llanura de una milla de largo
por media de ancho, poco más o menos, rodeada de quintas y frondosas ar-
boledas. En ella se plantó, en 1883, cuando el centenario de Bolívar, el árbol
de la libertad, que descuella allí entre otros arbustos; y se erigió así mismo
en 1890, el primer monumento consagrado en Venezuela a la gloria de Páez,
el cual consiste en una elegante columna con enverjado, completamente vi-
sible para el viajero que atraviesa la sabana.
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86
Están señaladas con lápidas conmemorativas las casas en que habita-
ron Bolívar en 1813, y Páez en 1814, así como la de Rangel, uno de los más
esforzados adalides merideños en la Independencia.
Tiene la ciudad un Colegio Episcopal y otro adjunto de Niños, de re-
ciente institución; tres colegios de niñas, a saber: uno nacional, el de “San
José” y el de la “Sacra Familia”, dirigido por las Hermanas de la Caridad; y
hay además varias escuelas públicas y particulares de primeras letras para
ambos sexos.
La imprenta fue introducida en Mérida en 1845, y existen en el día
cinco talleres de este arte prodigioso.
En esta breve descripción de la ciudad de Mérida, hecha a excitación
del muy digno rector de la Universidad de Los Andes, señor doctor Carac-
ciolo Parra, hemos excusado entrar en pormenores sobre población, comer-
cio, agricultura y otras materias, que puede ver el lector en los respectivos
cuadros estadísticos que figuran en el Anuario de dicho Instituto.
Los geógrafos que se han servido de Codazzi para reseñar a Mérida,
colocan entre las industrias de esta ciudad la fábrica de alfombras, industria en
que descolló efectivamente, pero que al presente está abandonada, lo mismo
que los tejidos de algodón y lana y la elaboración de velas con cebo vegetal, o
sea el incinillo, planta aromática silvestre que abunda en sus campos.
El cultivo de la seda ha encontrado en Mérida una acogida digna de
especial mención. La morera se produce de un modo extraordinario, y los
ensayos hechos ora en la crianza de los gusanos, ora en el hilado de la seda
que han producido, dan motivo para fundar muy risueñas y legítimas espe-
ranzas en esta nueva industria.
Entre las industrias afamadas de Mérida, debe ponerse la de la confi-
tería, debida en mucha parte a la indisputable superioridad del azúcar. Sus
dulces no tienen rival, sobre todo las variadas clases de bocadillo que produ-
ce para su consumo, casi exclusivamente, porque los crecidísimos costos de
transporte no le permiten exportar más que el café, ramo en que sobresale
ventajosamente por la calidad excelente del fruto, como es fácil observarlo
en los cuadros mercantiles de ventas y cotizaciones.
Casi todos los frutos de riqueza agrícola, así como todas las flores se
dan en el suelo merideño. Es satisfactorio ver como se confunden en el mer-
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87
cado público los productos de todas las zonas, desde el trigo de Mucuchíes,
que espiga cerca de los ventisqueros de Los Andes, hasta el cacao de Estan-
ques, que cuaja sus ricas almendras al calor sofocante de las vegas del Cha-
ma. “Es muy curioso –dice Codazzi, hablando de Mérida–, ver prosperar en un
mismo suelo el plátano, el maíz, la caña dulce, el trigo, las papas y la cebada”.
Respecto del cacao, es del caso observar que el de Mérida disputa al
de Caracas la primacía como el mejor del mundo. Los aborígenes de estas
elevadas cordilleras lo usaban como bebida predilecta y común en la forma
del chorote, que es una especie de chocolate negro y sin espuma, usado no
sólo en Mérida sino en muchas parte de Venezuela.
Del tabaco se prepara en Mérida el antiguo y popular chimó, que es
una especie de jalea o conserva muy fuerte, a la cual se mezcla como ingre-
diente el urao, sal que produce la laguna del mismo nombre situada en La-
gunillas y que, según el análisis químico de Boussingault y Rivero, no es otra
cosa que un carbonato de sosa. Esta conserva de tabaco parece ser de origen
indígena y su uso en el día se extiende fuera de la jurisdicción de Mérida.
La historia registra hechos que enaltecen a Mérida, desde los prime-
ros tiempos de la Colonia. Sus soldados, bajo el mando del capitán Bravo de
Molina, tomaron parte decisiva en la destrucción del famoso tirano Aguirre,
terror de Hispano-América a mediados del siglo
XVI
; y cien años más tarde,
los merideños, sin distinción de clases y en ocasiones varias, sucumbieron
valerosamente en la defensa de Gibraltar, su puerto sobre el Lago de Mara-
caibo, que fue asaltado por los filibusteros o piratas. En 1781, Mérida siguió
la bandera levantada por los Comuneros del Socorro, en Nueva Granada,
contra las exacciones del fisco, hasta que el Gobierno colonial la sometió de
nuevo por las armas; y viniendo a la época de la gran revolución americana
de 1810, ella fue de las primeras en proclamarla. Trescientos merideños
salieron a la plaza pública en 1813 para ponerse a las órdenes de Bolívar, y
pasado el desastroso huracán de la guerra a muerte, refiere la tradición que
solo quince tornaron a su ciudad nativa, habiendo sucumbido los demás en
los campos de batalla. Los enemigos de nuestra Independencia no tuvieron
jamás un solo partidario en la heroica ciudad de la Sierra.
Fray Pedro Simón, nuestro historiador más antiguo, dijo de los meri-
deños que “salían de buenos ingenios”. Piedrahita los califica en su historia
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88
de “valientes y pundonorosos”, diciendo, además, “que los que se aplican al
estudio son de claros ingenios y constantes en seguir la virtud”. Y última-
mente Codazzi los juzgó así: “los merideños tienen bastante perspicacia,
profundidad en sus ideas y afición a la literatura. Ninguna clase desdeña el
trabajo”.
En Mérida predominaron hasta en época no muy lejana las costum-
bres neogranadinas, tanto porque desde su origen hasta 1777 formó parte
del Nuevo Reino de Granada, como por la mayor vecindad y comunicación
con él; pero a medida que fueron siendo más fáciles y frecuentes los viajes
y relaciones con el centro de Venezuela y en particular con Caracas, los gus-
tos, inclinaciones y las costumbres, en general, del pueblo merideño han
cambiado de un modo notable. Domina ahora una manifiesta tendencia en el
sentido de imitar el refinamiento y cultura de la capital de la República, que
es tanto como decir de la misma Europa, puesto que ya desde los tiempos
de Humboldt, empezaba a predominar en la vida caraqueña el gusto euro-
peo, sobre el que pudiéramos llamar hispanoamericano o criollo, que era el
reinante en Mérida hasta no ha muchos años.
Pero a pesar de tal cambiamiento, aún se deja sentir cierta sencillez y
naturalidad en los caracteres, que modera el lujo y relaja un tanto el capri-
choso imperio de la moda.
Mérida es triste: “el aspecto general de la ciudad, erizada de campa-
narios y revestida de céspedes, el grave y perenne soliloquio de sus cuatro
ríos, el silbo del viento en las vecinas playas, la música de los templos, todo
contribuye a darle a Mérida, en las horas de quietud y recogimiento, ese tinte
romántico que tanto cautiva los ánimos y exalta la imaginación del poeta”.
Para concluir esta pálida reseña descriptiva de nuestra ciudad natal,
reproducimos con especial gusto, los siguientes bellos rasgos que le dedica
en la obra ya citada el afamado escritor colombiano D. Isidoro Laverde
Amaya:
“Pasa con Mérida lo que sucedía con Bogotá hasta hace algunos años.
Secuestrada de la actividad y del mayor conocimiento y relaciones que pro-
cura a cualquiera ciudad su proximidad al mar, vive, como si dijéramos, ais-
lada, independiente, recogida en el silencio y entregada a la poética soledad
de sus hermosos campos; acariciada por las frescas y fecundas brisas de la
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89
Sierra Nevada, que, a modo de poderosa atalaya colocado allí por la natura-
leza, parece resguardar con sus moles plateadas e inaccesibles aquel encan-
tador rincón del mundo en donde se producen todos los frutos y se goza de
un clima delicioso”.
Nota:
Casi cuarenta años han transcurrido desde que hicimos la anterior
descripción de Mérida. Desde, entonces acá, como lo observará el lector, se
ha progresado mucho en construcciones y embellecimiento de la ciudad,
sobre todo en los últimos años, merced al vigoroso impulso que le ha dado
la gran carretera trasandina, progreso y mejoras de que se hablará en los
lugares correspondientes; pues no hemos querido hacer alteración alguna
en el texto de dicha descripción, porque con ello la privaríamos del carácter
histórico que ya tiene, desde luego que pinta la Mérida de las últimas déca-
das del siglo XIX, la más semejante, material y espiritualmente, a la recons-
truida después del terremoto de 1812, que abrigó en su seno a la ilustre
generación de nuestros próceres libertadores y a la que inmediatamente la
sucedió, no menos meritoria en el campo de la actividad social y política.
Calles y Plazas
Pocas noticias hemos hallado sobre nomenclatura de las calles ante-
rior a 1856, en que la Diputación Provincial ordenó levantar el plano topo-
gráfico de la ciudad, trabajo que ejecutó el Dr. Gregorio Fidel Méndez. Este
plano fue litrografiado desde entonces y quedan de él muy pocos ejempla-
res. Allí aparecen denominadas todas las calles, siendo pocas las variantes
introducidas en dicha nomenclatura.
En documentos públicos coloniales, aparecen nombradas algunas
calles, a saber: la de la Independencia, se llamaba “Calle Real”; la de Bolívar,
“Calle del Hospital”; la de Lora, desde el Llano hasta el frente de la plaza
mayor, “Calle de la Barranca”.
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90
Los primeros pobladores dieron al barrio urbano de Milla el nombre
de “El Calvario”, tanto por ser la parte más alta de la ciudad, como por haber
colocado allí, donde más se aproximan las barrancas de Mucujún y Milla, la
Cruz o Humilladero, con su capilla.
Las plazas, fuera de la mayor, hoy de Bolívar, eran conocidas por el
nombre del templo existente en ellas, a saber: plaza de Milla, hoy de Sucre;
plaza de Belén, hoy de Rivas Dávila; plaza del Espejo, que conserva su nom-
bre; plaza del Llano, hoy de Rangel; plazoleta del Carmen, hoy de Colón.
Hubo antes del terremoto de 1812 otra plazuela, de San Francisco, a la cual
daba el frente del antiguo templo del mismo nombre, situada en el crucero
de las actuales calles de Lora y Federación. Existe además, la plazoleta de
Miranda, frente al atrio del actual templo de San Francisco, que era antes de
San Agustín, hasta que se reedificó en 1856 por cuenta de la Orden Tercera.
Entre las plazas, debe mencionarse la modernísima llamada “Campo de
Glorias Patrias”, construida sobre parte del área del Llano Grande, que desde
1890 fue bautizado con dicho nombre, donde existe el monumento consagra-
do a Campo Elías y se levantará el gran Arco de la Independencia, conforme
a plausible decreto del Gobierno del Estado. La plaza y monumento a Campo
Elías fueron inaugurados en el Centenario de la muerte del Libertador.
Y por curiosidad conviene anotar aquí la “Plazuela de los Piscos”, pró-
xima al templo de Belén, que según se dice, fue en su origen un solar de pro-
piedad particular, que el público hizo suyo desde hace más de medio siglo,
por haber quedado sin cerca y abandonado; plazuela a que se dio el referido
nombre, porque siempre había en ella una cría de pavos, llamados también
“piscos”, vocablo quichua, usado en Colombia para llamar a estas aves do-
mésticas.
Los nombres de las calles longitudinales, partiendo de la barranca de
Albarregas hacia la de Chama, son los siguientes:
1.
Los Baños;
2.
Lora;
3.
Independencia;
4.
Bolívar;
5.
Rodríguez Suá-
rez, antes La Unión;
6.
Maldonado, antes La Paz;
7.
El Silencio;
8.
El Espejo.
Las transversales, partiendo del Campo de Glorias Patrias hacia Milla,
son las siguientes.
1.
La Primavera;
2.
Flores;
3.
Boyacá;
4.
Unda;
5.
Junín;
6.
San Mateo;
7.
Zea;
8.
Arias;
9.
Carabobo;
10.
Campo Elías;
11.
Ayacucho;
12.
Sucre;
13.
Page 22
91
Vargas;
14.
Igualdad;
15.
Lasso;
16.
Federación, antes El Sol;
17.
Cerrada;
18.
Fernández Peña;
19.
Rivas Dávila;
20.
Araujo;
21.
Piñango;
22.
Ricaurte;
23.
Colón. De esta calle hacia El Valle, la ciudad se angosta, y las dos transver-
sales que existen entre Lora y Los Baños, que son apenas de una cuadra, no
tienen todavía nombre oficial.
La calle más larga es la de Lora, que se extiende desde el Campo de
Glorias Patrias, y que unida a la de los Baños en el sitio de la Cruz, se pro-
longa hoy hasta la cuesta del Valle.
P
O S I C I Ó N
G E O G R Á F I C A
Antes de anotar la última determinación en la materia, respecto a
Mérida, por vía de curiosa información, anotaremos las que de antiguo le han
dado algunos historiadores y geógrafos, a saber:
1626. Fr. Pedro Simón dice: “El sitio donde hoy permanece la ciudad
de Mérida con este nombre, por habérsele perdido, como dijimos, el otro
(Santiago), es un valle que corre algo pendiente Norte Sur, a sesenta y dos
grados y dos minutos de longitud del meridiano de Toledo, y seis de latitud
al Norte, etc.”
1740. El Padre Gumilla, en el “Orinoco Ilustrado”, hablando de Méri-
da, dice: “Esta dicha ciudad situada en seis grados y cuarenta minutos, y en
trescientos seis grados y medio de longitud, etc.”
1763. El “Diccionario Geográfico”, escrito en inglés por Laurencio
Echard, vertido al francés por Mr. Volgien y traducido al castellano por D.
Juan de La Serna, dedica a Mérida el siguiente breve artículo: “Villa de la
América Meridional en el Nuevo Reino de Granada, en un terreno abundan-
te en toda suerte de frutos. Está a 40 leguas N.E. de Pamplona. Longitud 309
gr. 17’ latitud 8 gr. 30’.
1788. D. Antonio de Alcedo, en su Diccionario Geográfico-Históri-
co, dice al final del artículo que dedica a Mérida: “Está a 40 leguas al N. E.
de Pamplona en 309 gr. 17 min. de long. y en 8 gr. 52 min. de lat. aust.”
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92
1806. Depons, en su viaje a la parte oriental de Tierra Firme, dice:
“Mérida está a los 8 gr. 10’ de latitud Norte y a los 73 gr. 45’ de longitud occi-
dental, del meridiano de París. Dista cuarenta leguas al sur de Maracaibo,
ciento cuarenta al oeste de Caracas y veinticinco al suroeste de Barinas”.
1832. D. Juan de Dios Picón, en la descripción Geográfica, Política,
Agrícola, e Industrial de la Provincia de Mérida, refiriéndose a la ciudad capi-
tal, dice: “Está situada a los 8 gr. 10’ de latitud septentrional, y a los 73 gr.
48’ de longitud occidental, en una hermosa mesa de cerca de tres leguas de
longitud y media con corta diferencia en su mayor anchura”.
1841. Codazzi, en su Geografía de Venezuela, dice: “Mérida se halla en
la latitud de 8 gr. 10’ N. y en longitud 8 gr. 58’ 20” al O. del meridiano de Cara-
cas, en una hermosa mesa elevada 1.971 varas sobre el nivel del mar”. En
general, a partir del año de 1841, se siguió a Codazzi en la determinación de
la posición geográfica de Mérida en los estudios geográficos y estadísticos.
1892. Los datos relativos a la oficina meteorológica de la Universidad
de Los Andes, según el anuario respectivo, son los siguientes: “Longitud: 15
minutos 48 segundos O. de Caracas. Altitud: 1.620. Latitud: 8 gr. 31’. Res-
pecto a temperatura, los datos recogidos en 1892 fueron los siguientes:
Máxima, 30 gr.; Mínima, 12, y Media 20, todas a la sombra. La estación uni-
versitaria estaba a cargo del Dr. Alfredo Carrillo.
1907. La Comisión Astronómica del Plano de la República, compues-
ta por los ingenieros doctores Santiago Aguerrevere, Siro Vásquez y Loren-
zo M. Osío, determinó la posición de Mérida en esta forma; 8 gr. 35’ 56” lati-
tud Norte y 71 gr. 9’ 22” longitud occidental de Greenwich en el centro de la
plaza principal.
1929. Según datos de la Estación Meteorológica de Mérida, a cargo de
D. Emilio Maldonado, las coordenadas geográficas son las siguientes: “Lon-
gitud: 4 h. 44 m. 37 s. O. de Greenwich. Latitud: 8 gr. 35’ 56” B. altura sobre
el nivel del mar, 1.641”. La temperatura, según el cuadro correspondiente,
dio en 1929 este resultado: Media: 18, 91; Máxima: 23, 75: Mínima: 14, 67.
Es del caso observar, respecto a altitud, que el Dr. A. Jahn, en estu-
dio especial de 1922, fijó “como altura definitiva y exacta de Mérida, en el
zócalo de la Catedral, la de 1.625,3 metros sobre el nivel del mar.”
http://64.233.169.104/search?q=cache:YhT_EM9ixecJ:www.saber.ula.ve/cgi-win/be_alex.exe%3FDocumento%3DT016300002717/7%26term_termino_2%3De:/alexandr/db/ssaber/Edocs/monografias/dependencias/viceacademico/claveshistoricas/articulo7.pdf%26term_termino_3%3D%26Nombrebd%3Dsaber+transporte+entre+santa+rosa+laguna+albarregas+merida+y+el+puerto+de+gibraltar+por+el+paramo+en+venezuela&hl=es&ct=clnk&cd=1&gl=ve

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